La Cultura Maya
Bienvenidos al corazón de los mayas: San Pedro La Laguna Ubicado a orillas del místico lago Atitlán, San Pedro La Laguna es mucho más que un destino turístico: es un lugar donde la historia, la naturaleza y la cultura viva se entrelazan en cada calle, en cada volcán, en cada historia contada al calor del fuego. Aquí florece el legado del pueblo maya tz’utujil, uno de los pueblos originarios más antiguos de Mesoamérica. Su idioma, sus tejidos, su espiritualidad y sus leyendas siguen vivos, guiando a las nuevas generaciones con la sabiduría de los abuelos y abuelas. En este blog, te invitamos a descubrir: 🗿 Las raíces históricas de los mayas en San Pedro 📖 Leyendas ancestrales llenas de magia y enseñanza
IXOYE
4/29/20256 min leer


El origen histórico de los mayas en San Pedro La Laguna, Sololá
San Pedro La Laguna, a orillas del majestuoso lago Atitlán, ha sido hogar del pueblo maya tz’utujil desde tiempos muy antiguos. La historia de esta comunidad se remonta al menos al año 400 a.C., cuando los primeros asentamientos comenzaron a establecerse en la zona.
En las orillas de San Pedro se han encontrado importantes restos arqueológicos como templos en miniatura, cerámica antigua y sitios ceremoniales, lo que demuestra que fue un centro espiritual y cultural desde tiempos preclásicos. Además, la presencia de cerámica de Kaminaljuyú indica que hubo contacto con otras grandes ciudades mayas del altiplano.
Con la llegada de los españoles, San Pedro fue reorganizado como pueblo colonial, pero logró conservar su lengua, cultura y tradiciones mayas hasta la actualidad. Hoy, San Pedro La Laguna es un símbolo vivo del legado tz’utujil en Guatemala.
Leyendas de San Pedro La Laguna
El Characotel:
Según las creencias, algunas personas nacen con la predisposición para convertirse en Characoteles, especialmente si al nacer presentan una membrana que cubre su cabeza. Si esta membrana no es retirada y quemada adecuadamente por la comadrona, el niño podría desarrollar esta habilidad en el futuro. Además, se dice que para adquirir o potenciar estos poderes, los interesados deben realizar rituales oscuros, como pactos con entidades malignas o ceremonias en cementerios, que incluyen el uso de pieles de animales y oraciones secretas .
Cuento inspirado en una leyenda de San Pedro La Laguna: De pequeño siempre escuche esta historia en boca de mis abuelos, tíos y todas las personas adultas, ahora la comparto con ustedes, como una leyenda que se ha contado de boca en boca.
Hace muchos años, en el tranquilo pueblo de San Pedro La Laguna, a orillas del lago Atitlán, vivía un joven llamado Juan. Era callado, de mirada seria y costumbres extrañas. Nunca salía de día, y los perros del pueblo siempre ladraban cuando pasaba cerca.
Los ancianos murmuraban que Juan había nacido envuelto en una membrana delgada como una tela de cebolla, una señal que, según la tradición tz’utujil, marcaba a los que estaban destinados a convertirse en Characoteles: personas con el poder de transformarse en animales.
Una noche, los pobladores comenzaron a notar cosas extrañas. Los gallos desaparecían de los corrales, se oían pasos en los techos de palma y los niños decían haber visto un gran perro negro con ojos rojos merodeando cerca de las casas. Nadie podía atraparlo. Nadie podía explicarlo.
Don Jacinto, el curandero del pueblo, reunió a algunos vecinos y les dijo:
—Ese no es un perro común. Es un Characotel. Puede cambiar de forma, y si no lo enfrentamos, seguirá haciendo daño.
Esa noche, se armaron de valor. Don Jacinto llevó sal bendita, una vela encendida y su bastón de cedro. Se escondieron cerca del corral más afectado y esperaron en silencio.
Pasada la medianoche, una figura oscura se deslizó entre las sombras. Caminaba en cuatro patas, pero sus movimientos eran demasiado silenciosos… demasiado humanos. Justo cuando se acercaba a la entrada del corral, Don Jacinto gritó su nombre:
—¡Juan!
La figura se detuvo en seco. El animal soltó un gemido ahogado y comenzó a retorcerse. En cuestión de segundos, allí donde antes había un perro enorme, apareció Juan, cubierto de tierra, con los ojos desorbitados.
La gente, espantada pero decidida, lo rodeó. Juan, débil y tembloroso, no negó nada. Confesó que había heredado el don —o la maldición— de su abuela, y que cada noche sentía el deseo de salir, de cazar, de transformarse.
Don Jacinto le dijo:
—Tú eliges qué hacer con lo que llevas dentro. Puedes usar tu don para proteger o para destruir. Pero ya no más secretos.
Desde entonces, Juan desapareció del pueblo. Algunos dicen que se fue al otro lado del lago a buscar una vida nueva. Otros aseguran que aún cuida los caminos por donde los niños regresan tarde a casa.
Y si alguna vez, en San Pedro La Laguna, escuchas pasos suaves sobre el techo o ves un perro grande con ojos tristes y humanos… no temas. Solo recuerda su nombre.
La leyenda de los tres volcanes:
Según la tradición tz’utujil, los volcanes San Pedro, Tolimán y Atitlán eran tres hermanos gigantes. Se dice que vivían en armonía hasta que uno de ellos, el Volcán Atitlán, se enamoró de una princesa de las nubes. Al no poder casarse con ella, se volvió melancólico y comenzó a arrojar fuego y humo, lo que explica por qué a veces el volcán está activo. Esta leyenda explica de forma simbólica la formación del lago y los volcanes.
Cuento inspirado en una leyenda de San Pedro La Laguna: esta historia la verdad es que no la había escuchando antes, pero gracias a internet conocí esta hermosa leyenda.
Hace mucho, mucho tiempo, cuando el mundo aún estaba joven y el lago Atitlán apenas despertaba, vivían tres hermanos gigantes: San Pedro, Tolimán y Atitlán. No eran como los humanos, sino montañas vivientes, tan altos que podían tocar las nubes y hablar con el cielo.
Los tres hermanos cuidaban el valle donde vivía el pueblo tz’utujil. San Pedro era el más sabio y tranquilo; Tolimán, fuerte y silencioso; y Atitlán, el más joven, curioso y soñador. Se querían mucho y pasaban los días protegiendo a la gente, observando cómo sembraba maíz, pescaban en el lago y bailaban en los carnavales.
Un día, mientras Atitlán miraba hacia el horizonte, vio algo que nunca había visto: una hermosa nube brillante, con forma de mujer, flotando suavemente entre las montañas. Era la princesa del viento del amanecer, que viajaba por el cielo una vez cada mil años.
Atitlán se enamoró de ella al instante.
—¡Hermana nube! —gritó—. ¡Ven, quédate conmigo!
Pero la nube no podía quedarse. Estaba hecha de viento y luz, y tenía que seguir su camino.
Triste y desconsolado, Atitlán empezó a llorar. Sus lágrimas fueron tan grandes que llenaron el valle… y así nació el lago Atitlán.
San Pedro y Tolimán intentaron consolarlo.
—Hermano, hay belleza en el cambio —le dijo San Pedro con voz profunda—. Aunque no puedas tenerla, ese amor ya ha transformado algo hermoso.
Pero Atitlán no podía olvidar a la nube. Desde ese día, comenzó a exhalar humo y fuego de su corazón herido. Por eso, a veces, aún hoy, el volcán Atitlán tiembla o echa ceniza: está recordando a su gran amor perdido.
Los tres hermanos siguen allí, firmes junto al lago. Y cada vez que un niño pregunta por qué el volcán echa humo, los abuelos responden:
—Es Atitlán… suspira por su nube.
La Serpiente del lago:
Los pescadores locales cuentan que en el fondo del Lago Atitlán vive una enorme serpiente o dragón acuático que aparece en las noches oscuras o cuando el lago está muy agitado. Algunos creen que es un espíritu protector del agua; otros, que se trata de un castigo antiguo para quienes desobedecen las normas sagradas del lago. Esta leyenda busca enseñar respeto por la naturaleza.
Cuento inspirado en una leyenda de San Pedro La Laguna: Esta leyenda es de mis favoritas, debido a que a mi me gusta mucho pescar, y mas cuando el sol no quema. Y siempre escuche a mi abuelo hablar de este animal que habita en el lago, aunque yo personalmente nunca he visto nada anormal bajo el lago.
Hace muchos, muchos años, cuando el sol todavía hablaba con los árboles y los espíritus vivían entre las montañas, el lago Atitlán no era solo un espejo de agua… era un lugar sagrado, lleno de vida y misterio.
En el fondo del lago, donde la luz del sol no llega, vivía una gran serpiente mágica. No era una criatura malvada ni peligrosa, como muchos pensaban. Era la guardiana del lago, enviada por los dioses mayas para cuidar sus aguas, sus peces y a todos los que vivían en las orillas.
La serpiente se llamaba Kukumatz, como el espíritu del agua. Su cuerpo era largo como un río, con escamas que brillaban como jade. Solo se mostraba cuando el lago estaba en peligro.
Un día, llegó a San Pedro La Laguna un grupo de forasteros. Empezaron a pescar más de lo necesario, a tirar basura en el agua y a reírse de las advertencias de los ancianos.
—¡No existe ninguna serpiente! —decían—. ¡Eso son cuentos de abuelos!
Pero el lago se puso triste. Las aguas empezaron a cambiar de color, los peces se escondieron, y las olas se volvieron inquietas.
Una noche sin luna, mientras los forasteros dormían en sus canoas, el agua se agitó. Desde lo más profundo emergió Kukumatz. No rugió ni atacó, solo nadó alrededor de las canoas, con ojos tan grandes como el cielo estrellado. Su presencia era tan imponente y serena, que todos despertaron con el corazón latiendo fuerte.
—¡Es cierto! —gritaron—. ¡El lago tiene una guardiana!
Desde ese día, los habitantes y visitantes del lago aprendieron a respetarlo. Dejaron de ensuciar, pescaron solo lo necesario, y enseñaron a los niños a cuidar el agua.
Y aunque Kukumatz ya no se muestra tan seguido, algunos pescadores todavía dicen que, en las madrugadas más quietas, pueden ver una sombra larga y brillante deslizándose bajo la superficie, vigilando en silencio.
Porque el lago Atitlán no está solo.
Está protegido por su serpiente sagrada.
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